Yo siempre me creí imprescindible para este mundo.
Imprescindible para mi madre en sus peores momentos.Imprescindible para mi exhermano menor por la vida imposible que tuvo desde su niñez.
Imprescindible para los familiares que me necesitan y me necesitaron en su vida para ayudar.
Imprescindible para mis amigos que se habían metido en drogas, en choreo, en el alcohol.
Imprescindible para las chicas que se enamoraban de mi, porque amor para repartir había de sobra.
Imprescindible para la mujer que me dió tres hijos, hoy exhijos porque así lo decidieron.
Imprescindible para los hijos que traje al mundo porque claro: era el cazador-recolector.
Imprescindible para todos los proyectos que creo, para todos los trabajos en los que lo doy todo.
Un buen día decidí no ser más imprescindible. Fue cuando entendí que el destino de cada humano, de cada persona se forma con decisiones propias de cada uno. Con valentía, con arrojo, con pasión, con actitud. Entendí que si a mi me había servido ser así: cualquiera podía hacerlo.
Los demás siempre vamos a estar de más si no acompañamos en los términos que nos imponen los otros. Supongo que esto favorece el entendimiento, la concordia.
Yo decidí desde muy chico estar, acompañar bajo mis propios términos. Nunca bajo el dominio o el capricho del de los otros. Está fuera de mis posibilidades. La razón de los otros se me escapa del entendimiento.
Cuando una persona me figura en su vida como "prescindible" o lo que es lo mismo: sacrificable, esa persona ya no es parte de mi universo. Reciprocidad. Es automático.
En mi cabeza seré eternamente un imprescindible para este mundo.