No voy a contar las heridas que me hiciste vos, porque no da, ni las que me hizo fulano o mengano, tal vez si. No sé.
Estas heridas son todas porque ahí estaba yo, protagonista y célebre autor de las mismas, y no tanto. Tampoco contaré las veces que me hicieron saltar sangre de la cara la cantidad de veces que perdí peleas.
Tratando de hacerme daño. Pero que divertida infancia tuve che! Veamos...
+ - 60 marcas de peleas y otros atentados, en mis dos manos de diez dedos pirómanas.
Podemos destacar en mi mano izquierda del lado de la palma, dos grandes cicatrices de la vida: Una, aterricé de tipo diez años no recuerdo, en el culo de una botella rota en la puerta de mi edificio, chorreando sangre a borbotones, no se nota casi nada pues, Oh! designios divinos, una de ellas corre por la línea de la vida. La otra muy cerca de la muñeca.
Otra que merece mención es, también en mi tierna y salvaje infancia, meter mi mano en el cajón de las cuchillas grandes, con fiereza, mientras un filo cortaba la parte exterior de mi dedo gordo de la mano derecha. La marca se nota aún hoy.
Debajo de esta última marca, tengo una de un cuchillo tramontina que no se porque mierda estaba tratando de arreglar (o desarreglar venido al caso) un cajón del placard. Era re pequeño.
La fisura (que conté hace poco en un post anterior) que hace crack en mi omoplato izquierdo, que soldó a la quetejedi.
La operación en mi garganta a los 14, glándula submaxilar derecha. Oportunidad en la Sociedad de Beneficencia Francesa que vió nacer mi única y potente paja en el baño con la sonda en mis venas, recién operado. Nunca tuve necesidad luego en la vida, de hacerme otra igual.
Mi pierna izquierda, antes averiada por sucesivas e infranqueables patadas al quiebre de rivales en el fútbol, más caídas casuales con la rodilla de esta misma pierna, hacen que haga cuando me levanto, un crack molesto.
En el ultimo campeonato de padres en el colegio de los chicos, pateé luego de un golazo, para convertir otro más, fulminando al arquero, como a veces me gusta hacer si no me gusta tu cara, y le erré a la pelota, la potencia tipo látigo de la pierna izquierda (pues si además soy zurdo!) fue tal, que al no encontrar resistencia con la pesada pelota tipo papi fútbol, llegó alto para luego en su vuelta quitarme un grito de dolor absoluto, brutal.
Jamás me había pasado antes. Aun siento una molestia en la cadera, qué se yo.
La operación en la ingle derecha por estar herniado de hacer nosequé esfuerzo pero intuyo, de hace un año y medio atrás, justo el dia del cumple de Bian, que le recé a todos los santos, y hasta llegué a despedirme de Erica por MSN, no sea cosa que. Pero no pasó nada.
Y que buena que estaba la anestesista la put madr, así quiero irme a dormir gaseado forevah. En la clínica Adventista de Belgrano el Nono estuvo conmigo, una masa. Y Viv al pie del cañón con la cara de no-pasa-nada-pum-para-arriba-que-preocupá-estoy-a-ver-si-se-me-da-y-este-wacho de-merd-nos-deja-tranquilos!... Jajaja. No, la verdad un amor como ningún otro, ahí junto al muerto. Es que...
Yerba mala nunca muere.
Las más de cinco cicatrices que tengo en la cabeza, todas ellas de piedras y/o caídas inefables en mi infancia, una de ellas en la frente, provocada por Diego, hermano de Eliana, amiga de años de E.
Luego nos hicimos en la adolescencia amigos, pero su marca de piedra envuelta en barro en el quincho del edificio, nunca se me fue del costado derecho de mi frente.
Tambien tengo una tremenda en la cabeza del lado de la nuca, que cuando me afeito (rara vez pero las hubo) la cabeza se me re nota -y cuando va creciendo el pelo más, entre otras.
No vivía en un iglú, sino en un edificio muy alto, en el piso doce cuando era pequeño, luego nos mudamos a otro edificio, más terrorífico, pero no más alto.
En el primer edificio que vivíamos, los chicos no acostumbraban a tener llaves para entrar o salir a su antojo, tenias que tocar el timbre de tu casa, tanto para esperar que alguien pase para entrar o para salir. El caso es que como mi abuela Gilda era media sorda, yo me quedaba como un nabo, esperando ardiendo de deseos de salir, o entrar, caprichoso como siempre. Así que la opción B, muchas veces era tirarme por la ventana del pasillo más bajo, o sea del primer piso. En un "ahiiiiii vamos", sin darme cuenta que el administrador cabrón (todos lo eran una vez que estaban en ese puesto, por más buenos vecinos que fueran) + el borracho del portero aka "Juan" le habían puesto alambres de púa al caño que yo utilizaba para hacerme el spiderman, y así salir al parque más abajo, hacia la libertad. El caso es que me lastime todo. Luego le he cazado la onda y rápidamente pude seguir saltando por allí. Pero dolió.
Cuando me explotó el aerosol en mi misma cara, antes de terminar la primaria, estaba con Gabriel M. por muchos años un super amigo como pocos. Hace más de diez que no te veo. En fin, como buen pirómano que era, todo lo prendia fuego, uds. ya saben del Citroen del policía, o de la cocina de mi casa, el basurero.
Pero lo que más me gustaba era hacer piras enormes con ramas, cajones de manzana, etc. Todo lo inflamable que haya por ahí. Digamos un servicio sacro a la humanidad barrial. El caso es que además de a veces comer papas con cáscara (eso vino después y que bueno que estaba -papas asadas-) tirabamos aerosoles que también encontrábamos por ahí.
El caso es que una vez, a mis doce, uno de ellos tenía contenido suficiente como para explotar muuuuucho, y así lo hizo, estábamos cerca, no pudimos correr, y nos prendimos fuego, Gabriel no sé que heridas tuvo, pero como los dos andábamos con equipos Adidas esos comunes que eran azules con las tiras blancas, el de el era celeste.
El caso es que se nos machucó el pelo, la ropa se nos comenzaba a pegar a la piel, y ardíamos locos de dolor. Corrimos cada uno a su casa, yo tenía medio cuerpo quemado, rápidamente los vecinos me metieron en una bañera (una de ellas era Teresa, madre de mi primer noviecita de infancia por años: Salomé), primero de la portería, luego en mi casa, mi familia cagandome a pedos mal, todos seriamente preocupados, y de ahí al Instituto del Quemado, donde raudamente, criminalmente pasaron a rasparme con un cepillo la piel quemada, en carne viva. Y ahora mismo que me recuerdo las ampollas que sacaban, enormes más que nada de mi costado izquierdo, me estremecen terriblemente.
El caso es que la medicina que me daba mi madre querida: gasas con furacina, la prontitud de llevarme corriendo al Instituto, y todo eso, me salvo que no me quede una sola herida. Ni una marca, milagrosamente.
Pero...
Pero jamás dejé de jugar con fuego. Antes y después de eso, me gustaba ver como el plástico quemado, con su horroroso olor, caía en gotas de fuego cuando lo tenías con un palo.
Más allá de eso. Deje de prender fuego las cosas, más tarde utilicé mi cuerpo, con mucha gente, para estallar en llamas.
Soundtrack Oficial de esos tiempos: Madonna - True Blue! Hitazo: Papa Don't Preach.
Bien, como vivía arriba de los árboles, jamás me cai ni me rompí un solo hueso, ni me fracture nada ni mú. Peeero...una vez me caí de una hamaca que habíamos hecho con una goma de camion o algo así, colgada de una soga (sogas que afanábamos de los camiones de carga que estacionaban en el barrio) y así columpiarnos maravillosamente, y cuanto más alta estaba la hamaca, más emocionante estaba el recreo. El caso es que en un ir y venir, cada vez más rápido, la onda era tirarse al piso cuando estaba en su punto más alto. El caso es que caí de espaldas, creí que me moría del dolor. Me vino ese inconfundible olor del dolor de los golpes en la cabeza, no podía respirar, pero no tengo secuelas. Poquito más tarde me sucedió en una colonia de verano en Córdoba, dos hechos fundamentales.
Uno: saltando con amigos de todo el país, porque iba gente de todas las provincias, sobre unas ligustrinas enormes, rebotábamos, con el impulso, se ve que tan peques, quedábamos parados, y volvíamos a la carga. El caso es que en una vuelta, yo termino del otro lado, me pasé, y desde el tórax, como te puedo explicar, en 180° las piernas me rebotan a la inversa creo que tensando al máximo mi diafragma, golpeando el piso, no podía respirar. Me moría mal. Pero a los diez minutos se me pasó.
Estaba aterrorizado. Seguimos jugando. Y que linda epoca en Embalse Río Tercero, por Dios. No tengo fotos de esa epoca, en la cual me había enamorado tremendamente de una Mendocina. Ah no, eso fue al año siguiente en Chapadmalal. En Fin.
Dos: Nos gustaba cuando salíamos todos en esas épocas de colonias por el interior del país, se ve que había gente como yo, escaparnos por el bosque, subir primero a las montañas, tirarnos en el monte a escondernos, o sea, quilomberos pendejos indisciplinados, y como me divertía carajo no haciendo caso. El tema es que en una vuelta, y luego de haber jugado a este juego maravilloso que era la "búsqueda del tesoro" en un bosque enorme, antes de la epoca del "Hombre Gato" pero en plenos tiempos de "Aullidos", era de re re re valientes perderse por ahí, y solamente guiarse por las voces del profe guia.
Así es que una vuelta nos subimos a la montaña valientemente, como en Villavicencio recuerdas Martin? Pero en esta oportunidad nos perdimos, y de divertido que estaba, para apresurarnos, comenzamos a bajar por lo que parecía ser el camino de subida de la excursión...
El caso es que en plena embalada, bajando por la empinada, con arbustos y matas peperinas típicas de la región, se cortaba más adelante, la onda no era parar sino seguir total, unas raspaditas y ya.
A unos metros más, estaba el vacío. Paramos de golpe, más frenados por esa maleza autóctona que por nosotros pendejos zarpados. Y la sensación era fenomenal te digo. Los alfajores de alli tambien.
El caso es que otra cicatriz puede ser la que tengo en la boca cuando Tupac me mordió la cara, pero si la leiste más abajo pa´ que te vía contar. El caso es que venía de esquivar las balas de goma de estos hijos de puta del gobierno de DeLaRua, el 20 de Diciembre en Plaza de Mayo, bebi esos gases del ort lacrimogenos a más no poder, corrí, putee, grité, tire cualquier cosa que tenía contra la montada, en un vaivén, un oleaje de gente, detrás de la Casa de Gobierno.
El caso es que mas o menos en la plaza del Palacio de Correos, una vez el helicóptero abandonaba la Casa Rosada, todo el mundo gritó eufórico, no te digo que era como un triunfo de la selección pero se le parecía. Y bueh. A tomar unas birras en casa, pues creo que encima era Jueves en pleno summer.
Y como siempre saludé a mi dog con un beso en la boca, pues lo amaba como jamás amé a otro perro. Y para nada era como esos Rottweilers chotos todos petisitos alemanes, no, este era de super pedigree y americano, enorrrrrme, alto (no tanto como un mastin napolitano). Me mordió, si, estaba comiendo el chabón en su lugar. Y yo con toda esa energía, rabia contenida pues tampoco tenía empleo en esa epoca. Se ve que sintió la potencia que decaía luego del viaje de regreso en colectivo. La valía, la estupidez al cubo. El cansancio de las corridas en la plaza.
La cantidad de veces que me caí, que me golpee con la bici no tiene nombre. Andaba hasta mi adolescencia, en bici todo el tiempo, era como un minotauro, o sea, así también me recorría las fronteras del barrio en tiempo record, que caminando, no hubiera podido. Esas heridas en las rodillas hoy no se notan, pero eran cáscaras enormes. Da gusto así.
Teníamos el agrado, con chicos que NO eran mis amigos, que eran los terribles del barrio, tipo 11 ponele, de ir hasta la estación de tren, y claro, colarnos. El chancho nos perseguía, la mayoría de las veces no nos agarraba, pero así estábamos, corriendo hasta el último vagón, para masomenos luego, llegando a la estación Buenos Aires, tirarnos mientras andaba, ya para estacionar, era mooooooooooy emocionante. Ahí también una vez me rompí el pantalón jean, y claro, la rodilla derecha.
Aún más copado que tirarse era estar en la barandilla trasera, viendo el mundo como raudamente se iba "para atrás".
En aquellos momentos me asaltaba la música en mi cabeza de Chuck Berry "Go Johnny Go Go Go, Go Go Go Johnny B. Goode!"...
Recuerdo que una vez, un gordo tremendo tipo nosé, re gordo horrendo, que no era del barrio pero que todos le temíamos cuando venía a visitar no se quién de sus parientes, me busco para pelearme, yo en esa epoca jugaba al beisbol, deporte que me fascinaba y era re capote corriendo entre las bases, el caso es que tenía mi palo, pero no mi guante.
Y algunas veces salía con ese palo para tenerlo a mano por si las moscas. El caso es que ese día no lo tenía.
Viene ese gordo inmundo, yo tenía doce más no, y me comienza a pegar, pues bien, yo me defendía, pero era imposible ganarle, una mole el man. El caso es que el muy hijoepú me pisa el dedo meñique de la mano derecha. No me lo rompió pero en la mitad del dedo me quedo como una hinchazón leve, que nunca se me fue. Y si lo muevo a los flancos me hacer crick.
La única vez que choqué con el auto en mi vida (no cuentan cuando aprendí a manejar en
la quinta a mis 19 que me comí el portón de entrada por apretar en vez del freno el acelerador, ni cuenta ese diluvio del verano del
98 yendo para Retiro, pues el agua tapaba la mitad del coche, era una lancha), fue con el Renault 19 rojo -preparado para carreras urbanas, vidrios negros-, iba camino a Longchamps, a
eldomo.com, y en plena mañana de verano, y a mas o menos unos 80 Km/Ph o más, me distraje,
Moby al palo en el stereo, el caso es que piso freno a tope, giro volante para esquivar la cola frenada de móviles en el rojo del semáforo, el auto comienza a girar, pierdo el control, semáforo lleno de gente cruzando, muchos automóviles, colectivos alrededor...
No choque a nadie, no golpee otra cosa que el auto que manejaba. De frente contra uno de esos guardarrailes de cemento que dividen el tráfico. El frente quedó bastante golpeado. Yo tenía como siempre el cinturón de seguridad puesto. Pero el latigazo fue tal sobre mi omoplato fisurado @ OCT94 izquierdo, que jamás lo noto, pero ese dia me dolía horrores. Tampoco fue una buena época para mi locura. Se me habían subido los humos puntocom a la cabeza, de terror.
El caso es que con el automóvil echando humo, que tengo en ese semáforo??? Levanto la vista, en la vereda una casa de esas que tienen camiones grúas de auxilio para la ruta, quien me vino a rescatar de adentro del auto? la policía que su comisaría estaba solo a metros del accidente. Al dedal eh? Ángeles.
No solo no maté a nadie, si no que, como bendecido desde siempre, tenía esas ayudas del universo alrededor. A la hora estaba el auto en el taller, a los 15 días le hice de paso todas las reformas que quería, pagó mamá, contra su voluntad, claro está.
Lástima que a los dos meses lo tuve que devolver al Suegro. Carajos.
VIP: La que me tiraste una piedra en pleno arrojo de pendeja brutal y que dejó cicatriz en mi, y el cuadro que me partiste en la cabeza no lo voy a contar. No vale la pena.
Tengo más heridas más graves, muchas más, pero no se ven.
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Por eso quizás la canción de los Héroes del Silencio, que tanto me hacía acordar a vos, "La Herida" del Espíritu del Vino, me sonaba tan curandera. En realidad me hacía acordar a mi veo. A mi, y vos sanandome, anda a saber.
Y que si te digo que escribí todo esto con una canción re wow de Alanis Morissette: Uninvited. No es genial? No la puse yo, suena simplemente.
En este día encapotadamente gris. No tiene frío, no tiene colores, no tiene nada que ver con mi infancia dolorosa, plena, hermosa de tanto sufrimiento. Amo mi vida. Con unas ganas que no te puedo explicar. Viene con la edad? Hummmm.